Hoy sábado
fue nuestro último día en Ritsona. Madrugamos tanto como nos permitió el
cansancio acumulado de estos días. “Morning”, “Kalimera” y otras palabras de
cortesía sonaban en un campamento, que tras días de convivencia es ya políglota,
para dar así los buenos días a conocidos y extraños. Aunque sus habitantes ya
están despiertos, el trabajo voluntario por las mañanas transcurre lentamente o
no llega a producirse. La carpa grande es siempre el punto de encuentro (o
desencuentro) entre compañeros que esperan poder ser útiles en alguna labor y, así
mismo, muchos refugiados se acercan y se van, en un intento de matar el
aburrimiento constante que comienza a gobernar en Ritsona. Si necesitas
encontrar a cualquier persona, pues, basta con engancharte a alguno de los
grupos de conversación distendida y esperar pacientemente. Las personas más
activas en el campamento suelen también pasar por allí de vez en cuando.
Damos los
buenos días a un conocido, luego a otro. Un “How are you?” y una sonrisa. Nos
invitan a tomar un café con ellos. Ese que teníamos pendiente de hace días y
que habíamos tenido que rechazar en varias ocasiones por estar ocupados con
varias tareas de reparto u organización. El café y el té son de esas pocas
cosas que se preparan ellos mismos de vez en cuando, siempre que las
existencias del container lo
permitan. Extienden un saco de dormir en la hierba en frente de una tienda y
nos invitan a tomar asiento. Es nuestro último día allí y así se lo recordamos
aunque ellos ya lo saben. Así pues, toca intercambio de contactos y fotos
grupales. Una imagen que relata lo sencillo y lo cotidiano, que habla de
historias anónimas (las suyas y las nuestras) que coinciden en un lugar y un
tiempo que no debieran. Escribir los nombres y contactos en los respectivos
móviles, finalmente, se antoja una tarea divertida. Ellos saben utilizar
nuestro alfabeto pero para mí resulta imposible entender qué teclas debo pulsar
en árabe. No importa, siempre acabamos entendiéndonos.
El resto de
la mañana aprovechamos para dejar en la escuelita muchas mochilas que fueron repartidas
entre los niños que aún no tenían. Es una buena forma de normalizar su
situación y favorecer que guarden todo su material escolar en ella para el día
siguiente. Las mochilas son, también, útiles para los adultos puesto que en las
tiendas no abunda el espacio y sus pocas pertenencias suelen ser guardadas en
bolsas de plástico, que también utilizan como equipaje de mano cuando se van.
Otra de las compras que creímos acertada fue calzado deportivo. Estos días
hemos observado esta enorme carencia. Si bien nadie va descalzo, un vistazo
rápido permite al observador darse cuenta de niños con zapatos de tallas
enormes, suelas rotas o calzado completamente inadecuado para caminar entre
barro y gravilla. Como nos resultó imposible adquirir este producto en enormes
cantidades, por una vez, determinamos un reparto no equitativo. Primero los
Kurdos por ser un grupo frecuentemente marginado en el caótico reparto, luego
los demás, tantos como nos fue posible.
Para dar
continuidad a las actividades lúdicas que habían puesto en marcha los
compañeros portugueses organizamos también un improvisado taller de pintura y
plastilina para niños que tuvo mucho éxito y al que se sumaron otros
voluntarios. Tarea complicada poner de acuerdo a más de 20 pequeños de todas
las edades ansiosos por no quedarse sin materiales de juego. El tiempo que duró
la actividad hasta la colocación de las cartulinas dibujadas en la pared de la
carpa, lo recuerdo como agobiante, en un intento de atender de manera
simultánea todas las demandas. Pero mereció la pena. Fomentar y promover los
aspectos lúdicos y socioculturales de pequeños y mayores ayuda a combatir la
desidia y la desesperación. Y lo más importante, reduce las tensiones que
comienzan a surgir entre grupos.
Durante el
resto de la jornada, caminar por el campamento era hacerlo rodeada de 3 o 4
niños que competían por agarrarse de mi mano y de mi camiseta. Una de ellas era
Nour, eterna compañera de juego, que me ayudó incluso en el reparto equitativo
de botellas de agua según el número de habitantes por tienda.
Cae la tarde
y el reloj anuncia despedidas. La familia de Nour fue la primera. Jugaba con
ella en la tienda cuando, de repente, me señala mediante gestos unos guantes
que tengo en la mochila. Quiere limpiar el suelo del campamento, como solemos
hacer a diario. Es agradable entender que ella y muchos otros niños se han
acostumbrado a ayudar en las batidas de limpieza espontáneas que organizamos
los voluntarios y algunos refugiados. Pero hoy ya no me queda tiempo. Niego con
la cabeza. “Tomorrow?”. Y entonces, me derrumbo. No quiero llorar delante de
ella así que me retiro para hacerlo y poder recomponerme. Se acerca el padre y
me pide que no lo haga. Les explico que me voy ya. Me dan las gracias, me
consuelan. Nour asiente y me señala la estela de un avión en el cielo. Ella y
yo nos iremos juntas a mi país. Más tarde, cambiaría de opinión minutos antes
de subirme al coche. Promete ir a verme, se señala el pecho y luego a mí. Por
último, señala sus sienes. Entiendo lo que dice. Yo también la echaré de menos.
Nos despedimos también de algunos voluntarios. En especial de dos compañeros de Londres que también se van mañana. Son especiales porque llegaron al aeropuerto de Atenas el mismo día que nosotros. Y compartieron las mismas vivencias. No hay palabras que puedan describir a qué saben los abrazos de despedida. Saben, quizás a compromiso, saben a justicia. A la promesa de no claudicar en esta batalla. A un “hasta luego” y un “buena suerte”. Son voluntarios de muchas partes del mundo que acudieron a la llamada humilde de los griegos locales. Personas inexpertas que recorrieron cientos o miles de kilómetros para encontrarse en el camino. Ocho días no dan para jurar amistades eternas. Pero saberse en la misma situación ayuda a seguir creyendo que otro mundo es posible. Gracias por ejercer la solidaridad, y no la caridad, de quien no conoce fronteras. Si en algún momento todo dejó de tener sentido para mí mirarles a los ojos me recordó por qué estaba allí.
Gracias también a los miles de griegos solidarios que sin tener nada, en un país traicionado por la EU, están a la altura de la situación histórica. Todos los días llegaban con ropa o se acercaban a conocer la situación del campamento. Otros a los que nos encontrábamos en el pueblo se sorprendían de la presencia de dos españoles como cooperantes independientes. Pero siempre nos encontrábamos con la sonrisa y la aprobación de los lugareños. Tampoco se me olvida la simpatía de uno de los trabajadores del hotel cuando le dijimos que no estábamos de vacaciones sino ayudando en el campamento. Al despedirnos de él nos agradeció enormemente nuestra ayuda. “Hay que abrir las fronteras para que podamos acogerlos en toda Europa”, se despedía.
Hoy dejamos
el campamento tras la llegada de dos ONG que tienen gran experiencia en Lesvos.
Estamos seguros de que la misión de los voluntarios independientes que dimos
soporte inicial al campamento fue importante. Pero nuestra historia termina
aquí, para dejar paso a que otros puedan seguir llegando.
Lejos ya de
nuestro perfil de voluntarios invitamos a dos sirios jóvenes a venir con
nosotros a Chalkida, un pueblo cercano, para ver el partido del Barca-Real
Madrid. En principio, la información que nos llega es que está prohibido el
transporte de refugiados en coche. O al menos sin comunicación previa. Pero
estos días atrás habíamos visto a varios griegos que pasaban por la carretera para
recoger a personas haciendo autostop. Algo inimaginable en España. Los
refugiados tienen, se supone, libertad de movimiento mientras que se regulariza
(o no) su situación. Pero como decimos siempre que nos preguntan… ¿A dónde van
a ir? Como mucho una vuelta por la zona o un breve viaje al pueblo. Alguno consigue
llegar a Atenas para gestionar burocracia administrativa en petición del asilo
o para recibir un sobre en el que les envían dinero. Y nada más.
Pero
consideramos que merecía la pena arriesgarse. Así pues, una vez en un bar del
pueblo disfrutamos de una amena conversación en la que nos explicaron donde
vivían antes de marcharse, la ciudad donde estudiaban una carrera universitaria
o cómo consiguieron llegar hasta aquí. Todo ello, utilizando a menudo la wifi
del bar para enviarnos mensajes de whatsapp en los que cada uno traducía a su
propio idioma lo que el otro escribía. Uno de ellos calculaba los meses que
faltaban para que su mujer diera a luz. Definitivamente el bebé nacerá en el
campamento de Ritsona, entre tiendas militares e incertidumbres de futuro. Sin
una nacionalidad, como un número más para la historia.
Les dejamos
disfrutar del partido mientras que nosotros nos fuimos a despedir de la
cooperante española y la chica griega que la aloja. A la cena estaban también
invitados otros tres griegos que, además de sorprenderse de nuestra presencia,
se interesaron enormemente por la situación allí. Y dispuestos a comenzar a
ayudar en el campamento.
A la vuelta,
recogemos a los chicos sirios que celebran la victoria del Real Madrid como si
de un acontecimiento histórico se tratase. Haber podido ver ese partido
representa, simbólicamente, haber podido por un momento alejarse de su
acinamiento en el campamento, de sus problemas y de sus miedos. Fue de las
pocas veces que vi sonreir a Mhmd. Es el chico que un día me explicó que había
viajado con su hermana, que a su madre la mataron en Siria y que desde que
partió no sabe nada de su padre. Tiene 22 años. Paramos el coche delante de la policía que
custodia las 24 horas del día la entrada del campamento. No se inmutan, solo
observan.
Llega
entonces la última despedida. Me dan la mano y no puedo evitar darles un abrazo
que les genera sorpresa pero que luego aceptan amablemente. ¿Qué se puede decir
más? Buena suerte quizás, un hasta pronto. Tienen los ojos llorosos. Y por un
segundo, entiendo lo difícil que es dejarlos atrás. Lo aterrador y doloroso que
resulta abandonarlos a su suerte en medio de la nada. Se despiden de Borja y,
antes de que pueda subirme al coche, Mhmd coge mi cara entre sus manos y me da
un beso en la frente. Por favor, escríbeme, le digo. Él sólo asiente. Entonces
vuelvo a observar su gesto destrozado y su mirada perdida.
Y poco a
poco se van alejando en la oscuridad del campamento. Que volvamos a vernos. Malditas las guerras y los canallas que las
hacen. Malditos estos, dirigentes genocidas del mundo, que asesinan y humillan
a los pueblos. Maldito aquel que no será capaz de entender nunca esos besos y
abrazos que nos dimos sin apenas conocernos en ese lugar recóndito de Grecia.
OPEN THE BORDERS. ABRID LAS FRONTERAS.
ABAJO EL CAPITALISMO RESPONSABLE Y ASESINO.
NO A LA GUERRA.
BIENVENIDOS REFUGIADOS
Itziar Fuente
El almacén empieza a parecer otra cosa |
El registro y la organización, también |
El pequeño taller de dibujo y pintura libre..."freedom"...que palabra tan extraña en este lugar. Un pequeño tributo a la enorme labor de nuestros amigos portugueses. |
El secuestro de Itziar por la población infantil. |
Y por último las despedidas
Historias tristes y brutales rodean a estos jóvenes sirios. En primer término Mhmd. |
Con las compis cooperantes griega y española |
Con Nour y su familia. Mucha suerte. Volveremos a encontrarnos. |
¿Y este pispajo?...imitando el giro de lengua de Itziar |
Hasta siempre pequeña. Siempre os recordaremos |
Hoy igual que siempre...Adelante Refugiados |
Hasta siempre Ritsona. Os esperamos. Gracias a todas/os por vuestra ayuda. Lo intentamos. Y llevamos vuestra solidaridad a cientos de personas. |